Trasplante fecal: ¿una alternativa prometedora?
Esto sorprenderá a más de uno: curar con heces no es algo nuevo. Pero los descubrimientos recientes acerca de la implicación de las bacterias intestinales en las enfermedades metabólicas abren un nuevo campo de investigación que tiene por objeto conseguir trasplantes fecales más selectivos y mejor aceptados tanto en el frente clínico como en el plano psicológico.
- Descubrir las microbiotas
- Microbiota y trastornos asociados
- Actuar en nuestras microbiotas
- Publicaciones
- Acerca del Instituto
Área para profesionales sanitarios
Encuentra aquí tu espacio dedicadoen_sources_title
en_sources_text_start en_sources_text_end
Capítulos
Acerca de este artículo
Trasplante de microbiota fecal (TMF): un nombre que huele a innovación y al mundo de las biotecnologías. Sin embargo, ya se recurría al mismo en China hace 1700 años, donde se curaba la diarrea bebiendo una sopa de heces fermentadas acertadamente denominada “sopa amarilla”. En la Edad Media, los beduinos se protegían de la disentería (una infección bacteriana que causa temibles diarreas) ingiriendo los excrementos de su camello. Los primeros trasplantes fecales modernos se realizaron en la década de 1950 para luchar contra la infección por Clostridium difficile, una bacteria que se aprovecha del desequilibrio microbiano producido por un tratamiento antibiótico para proliferar en la flora intestinal. Pero no fue sino hasta la década del 2000 cuando el TMF hizo su entrada en el campo de las enfermedades metabólicas y en las jaulas de roedores de los laboratorios.
Primeros pasos concluyentes
Los ensayos en humanos aún se encuentran en una fase inicial en este ámbito. El primer estudio se realizó en 2012 en pacientes neerlandeses: la mitad de ellos recibieron las heces de donantes sanos, el resto sus propias heces (grupo placebo). Las heces de los donantes se analizaron minuciosamente para descartar cualquier riesgo infeccioso por virus, parásitos o bacterias perjudiciales. Después tuvo lugar el trasplante por inyección durante treinta minutos por medio de una sonda introducida en la nariz de los pacientes que desembocaba en el intestino delgado. Seis semanas después, los receptores de heces “sanas” presentaron una mejora de su sensibilidad a la insulina y un aumento de la cantidad de bacterias productoras de butirato, beneficioso en el plano metabólico. Por lo tanto, se consiguió un primer éxito.
Un modus operandi que falta perfeccionar
Queda un camino muy largo que recorrer para los TMF en las enfermedades metabólicas y este está plagado de desafíos que afrontar: los antecedentes médicos y las microbiotas de los donantes deben ser irreprochables para evitar cualquier transmisión de enfermedades y las cepas deben elegirse de manera apropiada y en cantidad suficiente. Otro interrogante: ¿cómo será recibida la flora del donante por la flora del receptor? ¿Bastará una sola inyección para una colonización duradera? Por último, existe un límite psicológico importante: la inevitable repulsión de algunos pacientes ante este tratamiento, aún desconocido, a menos que el TMF se convierta en una práctica terapéutica habitual, sabiendo que su espectro de aplicaciones potenciales podría ampliarse a la esclerosis múltiple, la enfermedad de Parkinson o incluso al síndrome de fatiga crónica. ¿Quién sabe? Quizás el futuro nos traiga bancos y pastillas de heces…