La enfermedad de Alzheimer es el trastorno neurodegenerativo más frecuente. Todavía se desconocen sus mecanismos exactos, aunque parece seguro que la microbiota intestinal participa en su desarrollo. Puesto que la microbiota también depende de lo que comemos, se está difundiendo cada vez más la idea de prevenir esta enfermedad gracias a la alimentación. La dieta mediterránea y la dieta cetogénica –conocida por su acción sobre la microbiota intestinal y el cerebro– estarían especialmente indicadas. Sin embargo, aún falta comprender cómo influyen en la progresión de la enfermedad...
Una dieta combinada
Un grupo de investigadores estadounidenses intentó identificar marcadores microbianos y cerebrales en los estadios incipientes de la enfermedad para observar los efectos de la alimentación en su desarrollo. Para ello, seleccionaron a 17 individuos –11 pacientes con un trastorno cognitivo moderado (estadio temprano de la enfermedad) y 6 personas sanas– y los sometieron alternadamente a dos dietas distintas: una combinaba los principios de la dieta mediterránea con los de la dieta cetogénica y la otra era pobre en grasas y rica en glúcidos. También compararon su microbiota intestinal antes y después de estas dietas.
«Perfiles» bacterianos característicos del deterioro cognitivo
A pesar de una diversidad microbiana relativamente comparable entre los individuos sanos y los enfermos antes y después del inicio de una de las dos dietas, los investigadores identificaron en los pacientes varios marcadores (entre ellos, la actividad de determinadas bacterias intestinales) que podrían ser útiles para detectar un deterioro cognitivo moderado. Por otra parte, observaron que las dos dietas modificaban la microbiota intestinal de los participantes, pero con efectos muy diferentes según el tipo de dieta y según el estado cognitivo de los participantes. Estos resultados abren la vía a la realización de nuevos estudios para definir nuevos marcadores del deterioro cognitivo relacionados con la microbiota intestinal y comprender cómo estas interacciones con la alimentación podrían mejorar el estado de los pacientes de alto riesgo, concluyen los científicos.